La estructura universal del
juego
Por Octavio Chon
Analizar la
estructura del juego es importante porque nos puede explicar la verdadera
dimensión que toma éste cuando uno participa en él. Este examen será la clásica
mirada que se tiene sobre el juego como modo de entretenimiento sino que
incluso tendrá consideraciones ontológicas en tanto se realiza el juego. En
primer lugar, como mencionaría Hans-Georg Gadamer, el juego ha sido considerado
como algo meramente subjetivo en donde el sujeto sabe que está jugando y que
está en un estado de reconocimiento del suceso como algo que no debe tomársele
en serio, al fin de al cabo es un juego. Esta visión no hace justicia a la
verdadera dimensión que toma el juego. Si bien es cierto que puede reconocerse
la diferencia entre el jugador y el juego, esto no lo es todo ya que en el
proceso mismo del juego lo que ocurre es un movimiento continuo.
Cuando el juego toma su sentido es cuando el jugador se
entrega totalmente. Es cierto que mientras el jugador mantenga una distancia
del juego en el sentido de pensar que es solamente algo pasajero y no serio hay
una consciencia tácita de saber que nada de lo que ocurre pasa en la realidad,
o que al menos no es lo mismo que vivir fuera del juego. Pero todo esto puede
cambiar cuando uno ya está en el juego viviendo el juego en donde la línea de
diferencia entre el jugador y lo jugado se hace menos nítida. Cuando alguien
está sumergido en esa actividad simplemente comienza a tomarse más en serio el
juego, mientras uno no se crea lo que está haciendo el juego simplemente no
está cumpliendo su función. La respuesta a la cuestión ontológica del juego no
está pues en preguntarle al sentido crítico del jugador respecto de esta
actividad, evidentemente dirá que es solo un juego, lo cual está bien pero no
es lo que se encuentra cuando uno se ve dentro de todo el contexto en actividad.
De lo que se trata es que el juego cobra vida en sí mismo
y se desenvuelve como tal. Los jugadores están inmersos pero es ahora un asunto
que se lo toma como si fuera real, y lo es para quien ya está sumergido en él.
Aquí entra en escena una propiedad emergente al mismo estilo de la teoría de la
complejidad en donde las estructuras aisladas una vez relacionadas manifiestan
propiedades que antes no existían. Más que un holismo se trata de un desarrollo
hacia la complejización del juego cuyo producto vino a partir de los jugadores.
Ahora el juego es el que “abarca” a los jugadores y los lleva a su ritmo. El
juego sigue el patrón de la teoría de estructuras disipativas dado por Ilya
Prigogine, investigador físico y químico. En este postulado los diversos
elementos que conforman un organismo se interrelacionan entre sí de manera que
este movimiento organizado provoca propiedades que originalmente no se daban.
Por ejemplo, si se toma una sola célula y se la compara con otro conjunto de
células organizadas en un organismo, uno podría darse cuenta que en la
apreciación de la sola célula no existía el organismo entero como tal. La
aparición de un organismo con propiedades emergentes es diferente al de la
célula, pero tiene su origen en ella. No es la célula pero contiene un conjunto
organizado de células, o mejor dicho, es la célula y no lo es al mismo tiempo.
Puesto en palabras del filósofo y biofísico Henri Atlan: “Por lo tanto, cada
vez que pasamos de un nivel a otro, parece que nos vemos forzados a cambiar
nuestro punto de vista, desde examinar las características de los elementos
individuales de un modo que nos ayude a distinguir entre ellos, hasta examinar
los mismos elementos, pero examinando cómo están unidos para crear el nuevo
nivel de organización”[1]. Es inevitable resaltar
este aspecto emergente porque desde esa base se puede extrapolar a una
infinidad de circunstancias.
El juego seguiría el mismo patrón de conducta ya que se
tiene al jugador como una parte de todo el “engranaje”. Por supuesto que en el
nivel del juego con lo que se trata ya no son con células sino con sistemas
estructurados de ideas que hacen de soporte para la manifestación del juego en
sí. En un juego debe haber una idea u objetivo, una trama que ha de seguirse.
Las especificaciones que se dan previo al juego delimitan los elementos que la
conforman. Sin embargo, cuando sucede el juego emerge una propiedad que es
diferente a la que se consideró en un sentido reflexivo distante del suceso. En
el mismo movimiento del juego, como se dijo, el jugador es llevado hacia la
trama misma, lo que se desenvuelve es la trama y no tanto el jugador que más
bien se desarrolla en el acontecimiento de eventos. En este punto uno puede
extrapolar el papel del juego a los diversos sistemas de creencias que usa el
ser humano para poder movilizarse en el mundo. Un sistema de creencias o de
ritos tiene validez solamente si los participantes se dejan llevar por el
mecanismo ideológico que conlleva el rito.
En otras
palabras, los que están en el sistema de creencias no diferencian entre lo que
es real –lo que no es mito- y lo que no –el mito. De hecho, el sistema de
supersticiones y demás es una forma de juego ampliada –por su estructura- y más
compleja que el mero juego –tomado como simple distracción. Sin embargo, la
estructura se mantiene ya que en ambos casos se nota un patrón, una similitud.
Es decir, si uno pasa los esquemas del juego a los esquemas de las creencias
dará cuenta que ambos tienen mucha similitud. Los que no participan en el juego
o en las creencias no se ven influenciados por él. Claro que hay diferencias
evidentes, como el hecho de que en un juego común al final siempre hay una
diferenciación entre lo real y lo que no, por el contrario con las creencias
pasa que siempre hay una fusión entre lo real e imaginario, al menos hasta que
surja cierto escepticismo. Cuando el juego toma vida arrastra al jugador hacia
su trama, lo que hace que se lo tome en serio. El ideario mitológico sería una
suerte de juego jugado sin inicio ni fin. Haciendo un ejercicio mental, si a un
juego no se le pone fin y se lo toma en serio, resultará, muy probablemente,
igual de efectivo que un sistema de creencias cualquiera. Aquí es cuando el
juego ya no se lo tomaría como algo pasajero, sino que se lo tomaría como una
forma particular de vida. Toda esta abstracción solo es posible si se considera
al juego en cuanto estructura cognoscitiva. Pero prosiguiendo con la estructura del juego
mismo, éste al llevar consigo al jugador se convierte en jugador jugado. Basta
que la persona acceda al juego para que el papel del jugador cobre vida dentro
del juego y sea él mismo quien es “jugado”. Para usar una analogía, se podría
decir que el juego es la obra de teatro y el actor es el individuo, una vez que
el individuo entra como actor-jugador, lo que se desarrolla es la obra entera,
mientras el jugador siga con su libreto asumido como tal y no solo como
libreto, es que la verdadera dimensión del juego-teatro se dará. Ahora, a
diferencia de un teatro, el juego no siempre tiene que ser jugado para un
público.
Sin
embargo eso no significa que el juego deje de ser juego, o más bien que la
actuación en relación a los espectadores deje de tener validez. Como diría Gadamer: “Para los actores esto significa que
no cumplen su papel simplemente como en cualquier juego, sino que más bien lo
ejecutan para alguien, lo representan para el espectador. El modo de
participación en el juego no se determina ya porque ellos se agotan en él, sino
porque representan su papel por referencia y con vistas al conjunto del drama,
en el que deben agotarse no ellos sino los espectadores”[2]. Esto significa que el
juego no pierde su esencia en esas circunstancias. En el teatro los
espectadores forman parte del todo entero. El nuevo elemento no es impedimento
para que se siga desarrollando la trama como tal. Es más, toma otra dimensión
que posibilita un desarrollo más complejo. Si antes era el jugador el que hacía
un papel, ahora es el espectador ocupando el papel “principal”. El juego
entonces pasa a desarrollarse en torno al espectador. Y es que cuando uno está
en esas circunstancias y el juego cobra vida, es la trama entera que abarca
todo y se hace vivir. Visto de esta manera ambos, quien observa y quien actúa
viven el sentido entero del juego.
Sucede
una suerte de transformación cuando se da el juego, lo que ocurre es que los
mismos jugadores ya no están y lo que está “vivo” es el juego mismo que ha
cobrado vida. “De acuerdo con todo lo que ya hemos visto sobre la esencia del
juego, esta distinción entre uno mismo y el juego en el que consiste su
representación no constituye el verdadero ser del juego”[3]. Esto significa que hay
una propiedad emergente en el juego. Si visto de manera particular el que juega
es el que representa algo, en este nuevo nivel el sentido de la identidad reflexiva
distante del jugador ya no se mantiene para nadie y lo que se puede preguntar
es solamente a qué está representando, pero llevado incluso más a fondo, esto
también significa que quien asume su papel es el papel mismo.
En
todo el entramado del juego ya no se trata de meras representaciones ni de
meros espectadores, surge algo más que no puede ser explicado desde afuera,
desde la consciencia reflexiva que se mantiene al margen, sino desde adentro
porque toma otros matices que antes no eran percibidos con una visión
superficial. Lo único que se expresa es lo que es representado que va tomando
otro nivel a medida que la trama misma lleva todo y a todos a su realización.
En lo que respecta a la representación, es en ella en donde se encuentra el “generador” de la obra que se quiere representar.
Si no fuera por este factor no habría motivo por el cual toda la trama se
desarrollase. En el juego las cosas suceden porque se asumen ciertos papeles
con el fin de estructurar la sucesión de eventos con lo que el juego mismo
cobra vida.
Como
se ha notado en un principio el juego visto superficialmente, o quizá desde un
primer nivel, no comporta mayor relevancia. Esto es, que sin prestar atención a
la verdadera esencia del juego este se lo puede tomar como algo no serio, un
pasatiempo, algo de lo cual se puede marcar, diferenciar, tajantemente de la
realidad, un asunto por el cual siempre se tiene una consciencia reflexiva.
Pero ya se ha visto que esto no es así del todo ya que esa apreciación solo toma
el lado del sujeto y no toma al juego como tal. Es así entonces que es
imprescindible considerar el juego ya no como un acto poco serio, sino como
movimiento, como lo que es. El juego pasa a ser entonces algo que está más allá
de la consciencia reflexiva del sujeto, cobra su propio ritmo y embarca al
propio jugador hacia el entramado entero.
Entonces
sucede una propiedad que emerge, que solo ocurre en la interacción de todo este
sistema y es cuando ya el juego se hace sentir en su esencia. Además de esto
cabe decir que es cuando el juego toma su verdadero significado que esa línea
inicialmente marcada entre lo real y lo que no lo es deja de diferenciarse
mucho. Es lo mismo que sucede con algunos actos. Es aquí en donde es importante
hacer una pausa porque es el objetivo al que se quiere llegar: el juego visto
como no solo punto de partida de apreciación de lo artístico, sino como punto
de partida de apreciación de la cosmovisión de la sociedad como tal. Y es que
en un sistema de creencias o en una visión particular de las cosas existen
variables que se repiten. En ambos casos, en el juego y en los sistemas de ver
el mundo –lo que le da mayormente sentido a la existencia- hay que asumir un
rol, un papel en el cual la persona se desarrollará –cual RPG o rol playing
game. Este papel está fabricado por la sociedad de acuerdo a su historia y contexto,
pero que en la realidad, o mejor dicho, en la naturaleza tal cual no hay nada
que diga que existen cosas las cuales se tienen que hacer. Las convenciones son
las representaciones que se hacen como en un juego, se las asumen como tales y
se las expresa como si fueran el ideal a seguir. Quizá el término arquetipo sea
adecuado para este caso, ya que uno no es el objeto exacto de representación,
sino que lo está imitando y expresa la esencia de lo representado, la idea
general de lo que se supone se está aspirando. Claro está que en una obra
teatral siempre hay espectadores, pero también es claro que para cada persona
uno es el propio espectador de lo que le sucede a otros en todo este entramado.
Sin
embargo, como en un primer nivel se entiende, el juego se lo puede ver desde la
consciencia subjetiva del jugador, así como en la visión del mundo uno podría
tomar un papel protagónico. Pero esto tampoco le haría justicia al entramado de
la cosmovisión, en donde es el todo lo que se desarrolla y cobra vida, así como
en el juego, solo surge su esencia cuando se lo asume, y esto es lo que sucede
en la vida diaria en el momento en que se asimilan papeles y todo lo demás
corre por sí mismo así como los roles de los demás actuando como una suerte de
engranaje complejo multi-causal que pareciera tener vida propia. A este
movimiento se lo puede considerar como propiedad emergente porque es la
sociedad con su cosmovisión la que se desenvuelve por sí misma.
A
simple vista las cosas tienen sentido, pero la realidad es que no hay nada en
las cosas que nos digan su sentido –aludiendo al Tractatus de Wittgeenstein-,
sino que todos son construcciones sociales para un mejor desempeño de la
comunidad y de la vida humana. Es imprescindible, por tanto, tener la estructura del juego. Por otro lado, el
juego mismo se manifiesta como un tenue reflejo de lo que sucede a mayor escala
en todos los niveles humanos ya que siempre se asumen roles, como el rol de
madre, rol de padre, etc. No quiere decir que por ser rol dejen de ser lo que
hacen o viven y que de pronto la representación desaparezca, sino que basta con
preguntarse qué es el padre en un sentido universal, o más bien, si existen los
universales. Se puede decir lo mismo de conceptos como el bien o el mal, no
existen por sí mismos pero la gente tiende a representarse como lo bueno o como
lo malo. A veces es automático, pero esto solo significa que ya se ha asumido
el papel y que es el juego el que está arrastrando a los jugadores –sea de
origen cultural como se está mencionando o por influencias biológicas.
En
conclusión a todo lo mencionado se podría decir que hay en el juego algo más
que solo un conjunto minúsculo de reglas y un tablero. Si se extrapola la
estructura del juego y su funcionamiento esencial uno podrá dar cuenta de que
el sistema se repite y es un reflejo de la cosmovisión de la sociedad en
general puesto que en ambos se tiende a la representación consciente o
inconsciente de ciertos ideales o arquetipos. En una religión esto puede verse
más claro, en los sistemas de creencias religiosos quienes no son creyentes no
forman parte de él, de modo que no pueden verse involucrados ni dejarse llevar
por el mecanismo entero. Sin embargo, quienes son creyentes asumen los roles
encomendados a tal punto que la diferencia entre la realidad y la ficción
tiende a desaparecer. Aplicado este concepto a la sociedad en general se puede
llegar a pensar, al menos provisionalmente, que la estructura por la cual opera
el juego es universal a toda forma de vida hecha con fines de darle sentido –que
puede ser provisional- a las cosas, y por sentido se entiende todo intento por
darle explicación conceptual o simbólica a “lo que está ahí”.
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