sábado, 7 de noviembre de 2009

Del libro "La gran manipulación cósmica", de Juan G. Atienza.



MANIPULACIÓN EN LAS APARICIONES Y "CONTACTOS"


Las llamadas apariciones constituyen, seguramente, el nivel más inmediato de manipulación dimensional que se ejerce sobre el individuo humano a niveles culturales. Y no me refiero únicamente a las que, con plácemes o rechazos de los poderes religiosos establecidos, se manifiestan como contactos divinales de raíz cristiana o de cualquier otro credo, sino a aquellas otras que surgen como presencia de entidades supuestamente extraterrestres que vienen, lo mismo que las vírgenes y los arcángeles, como aparentes portadoras de mensajes de salvación.

Etapas del contacto
Por parte de la entidad contactante, hay diversos niveles de acercamiento, que suelen darse de modo sucesivo y en un orden perfectamente establecido de antemano. Surge, en primer lugar, una presentación de credenciales: yo soy Tal. La tarjeta de identidad está avalada por el mismo modo de presentarse y por el grado de manipulación secundaria del receptor. Al creyente se presentará como celestial, al no creyente -racionalista ateo, a su modo- como entidad extraterrestre. Y hasta el disfraz irá acorde con el show representado.


El segundo paso vendrá dado por una manifiesta preocupación ante el estado en que se encuentra el planeta. Y, en general, esa preocupación vendrá a responder a la preocupación presente en el inconsciente colectivo de los individuos. Ahí entra de lleno el mensaje antibolchevique de Fátima o la profunda preocupación por el avance del peligro nuclear en los extraterrestres.


Tercer paso: la entidad viene a resolver este caos político, bélico, prebélico, o simplemente tecnológico, que puede terminar con la vida del hombre sobre la tierra (o con la fe ciega en los valores religiosos reconocidos, que viene a ser lo mismo: muerte del cuerpo, muerte del alma). Mas para que la misión obtenga resultados satisfactorios, los seres humanos tienen que colaborar intensamente. ¿Cómo? Volviendo a las costumbres buenas, a las creencias convenientes, a la oración positiva, al sacrificio redentor, rechazando de plano al mismo tiempo los malos sistemas políticos, las nefastas teorías racionalistas y los negativos pensamientos que apartan de las viejas y sanas creencias.

Es decir, que se trata de meter en los seres humanos la idea del moralismo dualista a todos los niveles, hacerles ver que existe algo muy malo que se contrapone a lo esencialmente bueno, que es lo que se debe mantener a toda costa. Hay que promover amor frente al odio, hay que aprender a distinguir (o hay que mantener, cueste lo que cueste) el valor de los contrarios; sostener, fomentar, conservar y defender unos principios esencialmente dualistas que son, no lo olvidemos, la base misma de la realidad sensorial propia del grado evolutivo que hemos recalcado al principio como propio e inherente a la conciencia tridimensional del ser humano.


Sólo entonces se emprende el cuarto paso: llevar a la práctica la supuesta redención del género humano. Las órdenes son entonces tajantes. Hay que sufrir por los demás, hay que sacrificarse, hay que lanzar plegarias a coro (y mejor cuanto más numeroso y heterogéneo sea ese coro), hay que convertir el lugar preciso de la aparición en un auténtico ombligo del mundo, en el que se concentren al máximo las energías de toda una humanidad que clame al unísono por la salvación redentora (espiritual y física). Unos prodigios sabiamente dosificados y ciertos, como los que ya comentábamos, bastarán para mantener, durante el tiempo que haga falta, la concentración masiva de un conjunto humano que se dará cita allí del mismo modo -y no es metáfora gratuita- que las ovejas se concentran a su hora y bajo las órdenes del pastor, en el redil o en el aprisco.

Consecuencias de los contactos
He dado cuenta de un caso límite, en el que lo trágico sustituyó a toda una serie de características dramáticas que, rozando alternativamente lo mágico y lo -aparentemente- lógico, lo serio y el chiste, el sainete y el teatro del absurdo, conforman todo un mundo de contactos en el que se dan visitas a planetas desconocidos, aparición de cualidades paranormales, invitaciones a tortitas de maíz, curaciones inexplicables e ilógicas, redención de alcohólicos y de drogadictos, profecías que nunca o muy pocas veces se cumplen, nombramiento de representantes galácticos en la tierra (que se convierten automáticamente en mesías creadores de nuevas sectas), rupturas de vínculos familiares, coitos intergalácticos, traslaciones prodigiosas, actos de vampirismo con bestias y personas, suicidios rituales y un montón de variantes que harían la lista interminable e inútil para cuantos siguen, más o menos de cerca, el proceso o la investigación de estos fenómenos.


¿Qué hay de común en todos estos contactos? Aparentemente, nada. En realidad, el absurdo esencial del hecho en sí mismo, la dependencia aparentemente voluntaria del contactado para el resto de sus días, como propagandista directo o indirecto de unas entidades que han surgido precisamente para que él las proclame y sirva de testigo de su existencia y de emisor de energías, que, como en las concentraciones masivas de fieles creyentes, pueden resultar útiles.

Porque, sea cual sea la variante del contacto, existe fundamentalmente una emisión de emociones por parte del contactado, aunque sean mínimas y, en muchos casos, inconscientes. Pero hay, sobre todo, una creación o un intento de creación de cierto ambiente general, que tiende a implantar en las conciencias que lo captan el convencimiento -o eventualmente la prueba- de que hay algo o alguien muy por encima de ellos, algo que deben tener en cuenta para siempre, como entidad superior que domina irremisiblemente al ser humano, física y psíquicamente, más allá de su voluntad. Algo o alguien que puede hacer de ese ser humano en cuestión lo que le venga en gana en cuanto quiera o en cuanto ese ser humano se desmande e intente ejercer libremente su propia voluntad.

Algo o alguien que, además de todo eso, resulta inaprensible, incomprensible e imprevisible, tres factores fundamentales de dependencia que dan al hombre la misma inseguridad en sus propias posibilidades evolutivas que la que procede de un dios arbitrario premiador de sus buenos y castigador de sus malos, en épocas de predominio de fe y de poder religiosos. Aquí se trata también de fe, tan fuerte y tan fanática como la otra, pero la diferencia estriba, aparte las presuntas pruebas, en que el objeto de la fe no es ningún espíritu intangible, sino unas entidades que se patentizan como poseedoras de un grado sumo de conocimiento y de poder emanado de un aparente y colosal e incomprensible avance en el campo de una tecnología científica imposible de asimilar.


En estos casos, aparte dramatismos absurdos y crueldades en apariencia gratuitas, cabe destacar que los contactados son, por regla general, gentes de inteligencia media, de estudios medios y, bien por su personalidad o por la circunstancia personal anterior al contacto (el ejemplo de alcohólicos o drogadictos redimidos), seres con una cierta merma en su capacidad de discernimiento personal. En estos casos, el choque del contacto directo y dramático, eminentemente emocional, tiene efectos prolongados y, aunque no tenga como consecuencia una concentración de seguidores histéricos o dolientes (los mesías contactados suelen reunir en torno suyo grupos relativamente reducidos, pero profundamente fieles y convencidos), el efecto consecuente del contacto marca, lo sepan ellos o no, todos los actos de la existencia.

Utilidad "vampírica" de los contactos
Hay, pues, en este asunto de las apariciones, una doble vertiente que no debemos pasar por alto. Por un lado, se condiciona a los fieles -y doy a la palabra su sentido más amplio- para el mantenimiento a ultranza de los principios del dualismo propios de la conciencia dimensional del género humano, es decir, para el mantenimiento a ultranza del status de dependencia frente a cualquier deseo o cualquier intención de evolución.

Por otro lado, se provoca una fortísima corriente de energía colectiva -enfermos, penitentes, disciplinantes y corifeos- en un centro presuntamente divinizado que parece apto, a juzgar por su secular implantación mágica, para canalizar esa energía hacia un destino que no podemos en modo alguno adivinar, pero que, sin duda alguna, resulta útil para alguien o para algo.


Juan G. Atienza La gran manipulación cósmica

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es la primera vez que os leo.Es un placer inmenso constatar que en medio de esta "ceremonia de la confusion" en que nos envuelven,tambien hay espacio para la inteligencia y la verdadera democracia humana que consiste en la libertad suprema del individuo y nuestra absoluta deidad.Esto no le interesa al poder.Está claro que hechan como el calamar cortinas de ovnis,aparecidos y falsos seres superiores.Encendamos cada uno nuestra luz y desaparecera la oscurida.Un abrazo a todos,hermanos.