jueves, 19 de noviembre de 2009

El Vínculo Sagrado con la Tierra

El Vínculo Sagrado con la Tierra



Mientras el suelo era la madre sagrada, el seno de la vida de la naturaleza y de la sociedad, su inviolabilidad fue el principio organizativo de sociedades que el «desarrollo» ha declarado atrasadas y primitivas. Pero son gente de nuestro tiempo, que no se diferencian de nosotros por pertenecer al pasado, sino por tener un concepto diferente de lo que es sagrado y de lo que hay que conservar.

Esta sacralización es el nexo que une las partes con el todo. La tierra es la fuente de la integridad de las personas y de la naturaleza. Su santidad debe preservarse y deben establecerse limites a la acción humana. La sacralización del suelo actúa como sanción contra la violencia del progreso.

Existe una religión muy local y concreta, pero que parece prevalecer en todo el mundo: una religión basada en considerar a la tierra como una madre sagrada. Esta es la religión que el desarrollo destruye. El sacrificio, en términos del desarraigo físico de la población, es de por sí brutal y grave. Pero peor es la pérdida de la identidad, el ser arrancados no sólo de la tierra sino del propio ser. Las comunidades que extraen su sustento del suelo no lo ven sólo como algo físico dentro del espacio cartesiano. Para ellos el suelo es la fuente de todos los significados. Como dijo un aborigen australiano: «Mi tierra es mi espina dorsal. Mi tierra es mi origen.» Suelo y sociedad, la tierra y su población están íntimamente conectados. En las culturas tribales y agrarias la identidad cultural y religiosa deriva de la tierra. El suelo no es «un mero factor de producción», sino el alma de la sociedad.

El suelo personaliza el hogar espiritual y religioso de la mayoría de las culturas. Es la placenta de la producción de la vida biológica, así como de la vida cultural y espiritual. Representa a todas las fuentes de sustento. Es el hogar en el sentido más profundo de la palabra. El suelo es el espacio cultural y espiritual en el que se constituye la memoria, el mito, la historia y las canciones que componen la vida diaria.

Un viejo hindú decía: «El sol, la luna, el aire y los árboles son signos de mi continuidad. La vida social continuará mientras éstos sigan viviendo. Yo nací como parte del suelo. Voy con ellos. El que nos ha creado a todos nos dará comida. Si hay tanta variedad y abundancia en el suelo, no tengo porqué preocuparme por mi continuidad.»

La tierra es pues la condición para regenerar la vida de la naturaleza y la vida de la sociedad. De este modo, la renovación de la sociedad pasa por preservar la integridad de la tierra, implica tratar al suelo como algo sagrado.

La desacralización del suelo es consecuencia de los cambios en el significado del espacio. El espacio sagrado, el universo de todo significado y toda vida, la fuente de toda subsistencia, se ve transformado en un mero sitio, en un punto del espacio cartesiano. Cuando un sitio se identifica en un proyecto de desarrollo, se destruye como lugar espiritual y ecológico. Hay una historia que los ancianos de la India Central cuentan a los niños, para recordarles que la vida de la tribu está íntima y profundamente ligada a la vida de la, tierra y del bosque. Es ésta:

«El bosque estaba en llamas. Empujadas por el viento, las llamas se acercaron a un bello árbol en el que estaba posado un pájaro. Un viejo que escapaba del fuego vio al pájaro y le dijo: «pequeño pájaro, ¿por qué no huyes volando? ¿Has olvidado que tienes alas?» Y el pájaro contestó: «Hombre viejo, ¿ves sobre mí ese nido vacío? Allí es donde nací. Y en este pequeño nido del que surge este piar estoy criando a mis hijos. Los alimento con el néctar de las flores de este árbol, y yo me alimento de sus frutos maduros, ¿Ves los excrementos caídos en el suelo del bosque? Muchos brotes surgirán de ellos, y así ayudo al crecimiento de la vegetación, como hicieron mis padres antes que yo y como harían mis hijos después de mí. Mi vida está ligada a este árbol. Si muere, seguro que moriré con él. No, no he olvidado mis alas.»

El hecho de que la gente no abandonara sus tierras ancestrales, que continuara reproduciendo sus vidas en la naturaleza y la sociedad de forma perenne y duradera, no se consideró una forma de conservar la tierra, de preservar la ética del suelo. Se vio como un síntoma de estancamiento, de estar lisiado, de no poder cambiar. Se consideró necesario crear algo que hiciese cambiar a estos sistemas estables. Se les dio movimiento con proyectos de desarrollo, y la destrucción y el desarraigo que significaban se camuflaron bajo la categoría cartesiana de «desplazamiento».

Peter Berger ha descrito el desarrollo actual como «la creciente condición del desarraigo». Su creación es a la vez consecuencia de la destrucción ecológica del hogar y de romper los vínculos culturales y espirituales de la población con ese hogar. La palabra ecología deriva de la palabra griega oikos: hogar, La destrucción ecológica es, en su esencia, la destrucción del suelo como hogar espiritual y ecológico.

Sustituir la categoría sagrada del espacio por una categoría cartesiana es posible para los tecnócratas y las agencias de desarrollo. Es un proceso irreversible de genocidio y ecocidio que se camuflan bajo términos como «desplazamiento» y «reasentamiento».

Para quienes consideran sagrado el suelo, el reasentamiento es inconcebible. Un anciano de la tribu Krenak habló sobre la imposibilidad de reasentarse, en una audición pública de la Comisión Mundial de Desarrollo Ambiental: «Cuando el gobierno tomó nuestra tierra en el valle del río Doce, quiso darnos otro sitio en otro lugar. Pero el Estado, el gobierno, no entenderá nunca que no tenemos ningún otro sitio adónde ir. El único sitio posible para la gente Krenak donde vivir y establecer nuestra existencia, donde hablar a nuestros dioses, hablar a la naturaleza y llevar nuestra vida es donde Dios nos creó. Es inútil que el gobierno nos ponga en un lugar maravilloso, en un buen sitio con mucha caza y pesca. Seguiremos muriendo, y morimos insistiendo que sólo hay un sitio en el que podamos vivir.»

Este acercamiento a la naturaleza que considera el suelo como algo materno y los seres humanos como frutos de ella y no como propietarios, ha sido y es universal, a pesar de que se ha sacrificado en todas partes como si representase una visión local y sin interés.

En su lugar se ha introducido la estrecha visión cultural de los blancos europeos, universalizada a través del colonialismo y del desarrollo, que ven el suelo como una propiedad a conquistar y a poseer.

El colonialismo transformó la tierra y el suelo. Eran la cuna natural de la vida y una fuente de sustento para sus habitantes; los convirtió en una propiedad privada para ser comprada, vendida y conquistada. El desarrollo continuó lo que el colonialismo no pudo terminar. Transformó a los seres humanos de invitados en depredadores. En un lugar sagrado sólo se puede ser invitado, no se puede poseer. Esta actitud hacia el suelo y la tierra como hogar sagrado, no como propiedad privada, es característica de la mayoría de las sociedades del Tercer Mundo. La carta del jefe siux Seattle se ha convertido en un testamento ecológico: «La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Todas las cosas están conectadas, como la sangre que une a una familia. Lo que le ocurre a la tierra le ocurre a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la telaraña de la vida, es sólo un hilo. Cualquier cosa que haga a la telaraña se la hace a sí mismo.»

En la visión del mundo del Africa indígena «el mundo en su totalidad está hecho de un solo tejido. El hombre no puede dominarlo en virtud de su espíritu. Es más, este mundo es sagrado y el hombre debe ser prudente con el uso que hace de él. El hombre debe actuar en este mundo como invitado, y no como un propietario explotador».

En las comunidades indígenas los individuos no tienen propiedad privada. Toda la tribu es responsable de la tierra que ocupa. Y la comunidad o tribu no incluye sólo a los miembros vivos, sino también a los ancestros y a las generaciones futuras. El suelo no es un concepto territorial, no define un espacio cartográfico sobre un mapa.

La ironía de la desacralización del espacio y el desarraigo de las comunidades es que las categorías seculares del espacio usadas por el desarrollo transforman a los habitantes originales en extraños en su propio hogar, mientras que los extranjeros toman ese hogar como propiedad privada. Se lleva a cabo una redefinición política de la gente y la sociedad mediante cambios en el significado del espacio. Se crean nuevas fuentes de poder y control sobre la naturaleza y la sociedad. El poder y el significado pasan de estar enraizados en el suelo a estar ligados al Estado y al capital global. Estos conceptos unidimensionales y homogeneizantes del poder crean nuevas dualidades y nuevas exclusiones. Trágicamente, los más excluídos dentro del nuevo orden de poder son los habitantes originales, y los más incluídos los extranjeros distantes que controlan el capital.

La santidad del suelo era una condición esencial para la renovación de la sociedad. De la madre tierra nace la sociedad. Las condiciones de renovación pasan por el mantenimiento del ritmo y los ciclos de reproducción de la vida. Perdurar, permanecer, continuar, mantenerse: para todo ello la integración en un todo orgánico resulta una condición esencial. El todo perdura, las partes degeneran y desaparecen. El concepto sagrado del espacio y del orden se refleja en el concepto sagrado del tiempo. El tiempo sagrado tuvo que ser sustituido por el tiempo mecánico que comprimía todas las historias en una sola, la del hombre blanco industrial. Para Bacon, llamado el padre de la ciencia moderna, la naturaleza ya no era la Madre Naturaleza, sino una naturaleza femenina conquistada por una ciencia masculina y agresiva.

El tiempo masculino crea un futuro masculino para todos. Paradójicamente, una visión universal sólo basada en el concepto del futuro es la que amenaza el futuro. La voracidad ecológica de la cultura que lanza el mito del progreso amenaza con poner fin a la historia, cerrar el futuro. La cultura depredadora que se autodenomina futurista vive a costa del futuro, coloniza el futuro.

El dominio de un concepto lineal del tiempo, combinado con la hegemonía cultural, sólo puede crear un orden violento en el que el pasado de otros y sus alternativas de futuro se destruyen, y el sueño del futuro de todos se convierte en el presente o el pasado del hombre industrial. Otros senderos, otros caminos, otras historias no se perciben, y al no ser percibidos son borrados . Veo claramente la profundidad con que el pensamiento lineal se ha asentado en nuestras mentes cada vez que discusiones sobre otras realidades contemporáneas, libres de la forma de actuar occidental y patriarcal, hacen surgir la pregunta: «¿Es que quieres hacernos volver al pasado?» o «¿Quieres hacernos volver a la Edad de Piedra?». Y cada vez me sorprende el esquema mental que permite que el presente y el futuro de culturas no occidentales se conviertan inmediatamente en el pasado de la historia del hombre blanco. Por definición, el tiempo masculino excluye las otras alternativas. Aparta a otras culturas de sus fundamentos históricos y los sustituye con la promesa vacía de un futuro hecho a imagen y semejanza del occidente patriarcal.

El desarrollo ha interrumpido el proceso cíclico y lo ha sustituido por una carrera lineal hacia el «futuro», el siglo XXI. Es, de hecho, inevitable que habrá un siglo XXI. Pero no es esta inevitabilidad la que se invoca con la imagen del próximo siglo, sino la imagen del occidente contemporáneo. La historia se ve reducida a la imitación de la cultura más desalmada, y esta imitación se define como modernización y progreso. A través del nacimiento del tiempo masculino, el desarrollo ha convertido a una subcultura (producto de los tecnócratas blancos) en un ideal al que se debe llegar aunque ello suponga la propia destrucción. El tiempo, robado a la historia, se ha convertido en el instrumento para destruir la historia. La obsolescencia, la creación deliberada de lo desechable, del «usar-y-tirar», se ha convertido en la fuerza del cambio, y también en la fuerza que destruye la permanencia y la durabilidad. Un movimiento cada vez más rápido en el tiempo lineal se ha convertido en el fin hacia el que se dirigen todos los esfuerzos humanos. Es como si las sociedades hubiesen sido arrancadas del suelo y lanzadas al tiempo vacío. Los ciclos de renovación de la naturaleza y de la sociedad están siendo destruídos porque marcan límites. Imponer el tiempo masculino sobre los ciclos naturales se ha convertido en la esencia del progreso, y en la causa básica del desastre ecológico y social.

Por supuesto, existe otra forma de afrontar el futuro, y ha sido el camino tomado por muchas culturas no occidentales. Los indios norteamericanos vivían con el criterio de las generaciones venideras: consideraban el valor de sus acciones según el impacto que podrían tener sobre la séptima generación. Como dijo al respecto Oren Lyons, portavoz de la nación Onondoga: «Nuestros abuelos nos enseñaron: «vigila cómo pones tus mocasines sobre la tierra, porque las caras de las generaciones futuras miran desde dentro de la tierra esperando su turno para vivir».

Ya que el desarrollo es una forma deliberada de hacer perder a las sociedades sus lazos con la tierra, recordar esta unión se convierte en un acto de resistencia política y de recuperación ecológica. Como dijo el novelista Milan Kundera: «La lucha del pueblo contra el poder es la lucha del recuerdo contra el olvido». La creación del mito del progreso lineal, que divide a las culturas entre «atrasadas» o «modernas», «primitivas» o «avanzadas» dentro de la escala lineal de valores del tiempo masculino, significa la destrucción de la memoria de otras temporalidades, otras identidades y otras historias. Es pues natural que las naciones indias del Brasil, en el encuentro de Altamira, se centraran en la recuperación de la memoria. En palabras de Krenak: «Consideramos la memoria como la relación fundamental entre la humanidad y la Naturaleza. Por eso debemos hablar más alto. Por eso invitamos a la gente que quiera recordar a caminar con nosotros».

El orden mecanicista del universo, la sustitución de otros significados del espacio por los de Descartes y Bacon, se consideró basada en «las leyes de la naturaleza». Después de todo, la ciencia reclama para sí el descubrimiento de dichas leyes. Pero hoy es evidente que las «leyes» de la ciencia no eran leyes naturales, sino creadas según la violenta visión masculina que viola los ritmos y procesos de la naturaleza. El intento de conquistarla y controlarla ha creado un nuevo sometimiento a la ciencia, y los instrumentos que hemos utilizado para esclavizar a la naturaleza se han convertido en fuente de nuestra propia esclavitud.

La ciencia moderna se presenta como un sistema de conocimiento universal, libre de valores, que ha desplazado a otros sistemas de conocimiento gracias a su universalidad y neutralidad, y por la lógica de sus métodos. A pesar de todo, la corriente dominante dentro de la ciencia: el reduccionismo o paradigma mecanicista, es una respuesta particular de un grupo concreto de gente. Nació entre los siglos XV al XVII, con la muy aplaudida Revolución Científica. Durante estos últimos años, los estudios sobre el Tercer Mundo y la mujer han empezado a denunciar que el sistema científico dominante no emergió como una fuerza liberadora en favor de toda la humanidad (a pesar de que se autolegitimó en términos de beneficio para el conjunto de la especie), sino como un proyecto masculino y patriarcal que necesariamente implicaba el sometimiento de la mujer y de la naturaleza.

Existen otros procesos de conocimiento que se contraponen al ideal baconiano de descubrimiento de las leyes naturales por la manipulación; buscan el conocimiento a través de la identificación, no del control, a través de la participación y no del dominio.

Participar en la vida del organismo no es sólo un método más efectivo para conocerlo; es una fuente de liberación y fuerza para el conocedor. Como escribió Rachel Carson: «Quienes contemplan la belleza de la Tierra hallan reservas de fuerza que durarán tanto como dure la vida. Hay una belleza simbólica y real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de las mareas, en el brote que espera a la primavera. Hay algo infinitamente curativo en la sabiduría de la naturaleza: la seguridad de que el alba viene después de la noche y la primavera después del invierno».


Vandana Shiva



Extractado por Farid Azael de
Nueva Conciencia
Integral Ediciones.- Barcelona.

Este artículo fué publicado en el Nº 14 de la Revista ALCIONE

Fuente: http://www.alcione.cl/nuevo/index.php?object_id=196

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