El incomprensible carácter japonés, de Federico Lanzaco Salafranca en Expansión
visión personal
Imágenes devastadoras nos llegan estos días de un doble desastre
natural, con un terremoto de grado 9,8 en la escala de Richter, que ha
asolado la costa nordeste de la isla de Honshu de Japón, potenciado por
un terrorífico “tsunami” de hasta 10 metros de altura y que se ha
adentrado ocho kilómetros en el interior, inundando regiones enteras.
El número de víctimas, muertos y desaparecidos, ya sobrepasa los 15.000
en cifras oficiales, y los daños son incalculables. Y, además, nos
paraliza el aliento el inminente peligro de una posible explosión de
los reactores de la central nuclear de Fukushima, que causaría una
radiación atómica de consecuencias apocalípticas. Y ante tal catástrofe nos deja sin palabras la actitud serena,
controlada y disciplinada de la población japonesa. No hay pillajes,
saqueos, llantos histéricos… Las cámaras televisivas nos muestran
rostros cabizbajos, silenciosos y disciplinados en colas ante
gasolineras y supermercados.
Nuestra pregunta es inevitable. ¿Es que los japoneses son
insensibles, apáticos? ¿Es que no tienen sangre en sus venas? No, en
absoluto. Sienten y padecen la tragedia exactamente igual que nosotros.
Pero no la expresan en su comportamiento exterior. No gritan ni lloran
apenas, aunque sí sienten su corazón desgarrado. Tampoco usan tacos ni
lenguaje soez. ¿Cómo se explica, pues, esta reacción silenciosa y
controlada? Desde luego, podemos imaginarnos cuál sería nuestra reacción
mediterránea o la de otros pueblos si hubiéramos sido nosotros las
víctimas de tal múltiple desastre. La razón explicativa es profunda pero
sencilla. Los japoneses tienen una cultura propia muy distinta y de
raigambre milenaria.
Varios son los componentes de esta distintiva cultura. Ante todo,
los habitantes del País del Sol Naciente viven desde siempre ante
terribles desastres naturales: tifones, volcanes, terremotos, tsunamis…
El emplazamiento geográfico del archipiélago en el temible “arco de
fuego” del Pacífico y la confluencia de vientos cálidos y húmedos
procedentes del Océano Índico determinan repetida y periódicamente la
aparición devastadora de estos fenómenos. Por ello, el japonés, ante
esta potencia indomable de la Naturaleza, se siente totalmente
impotente, y “la acepta con bella resignación” (kirei ni akiramete), según expresión del renombrado pensador Watsuji Tetsuro († 1960).
Identificación con la naturaleza
Y, según nos explica el mismo Watsuji, en su magistral obra “Fudo”
(”El Hombre y su Ambiente”), el europeo se caracteriza por su
confianza en el hombre ante una Naturaleza dócil y fértil, como
habitante de la pradera. El pueblo israelí-árabe, hijo del desierto
improductivo y tórrido, eleva sus ojos al cielo y deposita su confianza
en un Dios personal y trascendente. En cambio, el japonés, que vive en
la zona monzónica ni confía en el poder dominador del hombre, ni
tampoco cree en un Dios absoluto. Se limita, sencillamente, a seguir el
curso indomable de la Naturaleza. Y se identifica con ella. Se alegra
con su cara “bella” (paisaje de flores, del Monte Fuji), y se
entristece ante su cara “fea” (desastres naturales).
Así, el japonés acepta pacientemente los cambios de ritmo de la
Naturaleza simbolizados en las bellas pero efímeras flores de cerezo.
Resignación, en definitiva, que emerge serena después de la explosión
violenta de la tormenta que permite al poblador del archipiélago de
Japón vivir con tranquilidad y paz de espíritu aun después de la
tragedia. Su carácter nacional se distingue, pues, por “una pasión
sosegada” (shimeyaka na gekijo).
Pero, además hay otro factor importante en el carácter japonés,
fruto de su historia. La ética Confucionista ha moldeado su
comportamiento durante siglos, especialmente desde el año 1600 con la
unificación del país después de siglos de luchas entre clanes militares
que asolaron y dividieron Japón. El régimen dictatorial de los Tokugawa
potencio las profundas raíces ancestrales de un pueblo disciplinado
que con su vida austera se comportaba siempre con fidelidad a la
autoridad, dedicación al trabajo y gran cortesía en sus relaciones
sociales que exigían nunca expresar las emociones personales. El rostro
debía siempre mostrar una amable sonrisa, con independencia de los
sentimientos individuales.
Como anécdota significativa, las películas que se proyectaban
durante la II Guerra Mundial mostraban la sonrisa imperturbable de la
madre-esposa que recibía la noticia del mensajero que le comunicaba la
muerte del esposo-hijo en el frente de batalla. Pero, al marcharse el
mensajero, el ama de casa entraba en su vivienda y se refugiaba en un
rincón para llorar desesperadamente la pérdida de su ser querido.
Los japoneses sí lloran, pero en su soledad. Nunca ante los demás.
Por respeto y buena educación. Tampoco hay duda de que el Budismo ha
contribuido asimismo a esta falta de expresión personal ante la
tragedia. Vivir es sufrir, aunque tengamos experiencias agradables. Y el
hombre no debe apetecer, ambicionar, codiciar. Debe vaciar su
yo-egoísta para abrirse al Todo del Universo, ayudando siempre a los
demás.
En definitiva, y resumiendo, a pesar de todos los cambios que está
experimentando la sociedad japonesa actual, sobre todo en las jóvenes
generaciones, es indudable que estos elementos de Antropología
Cultural, Confucionismo y Budismo forman parte de los “arquetipos”
ancestrales que subyacen en el inconsciente del pueblo japonés y le
inducen a comportarse hoy de una manera muy distinta a la nuestra.
Los japoneses son iguales a nosotros, pero se expresan de manera muy
diferente. Su disciplina, autocontrol, solidaridad y cortesía son
valores seculares que sorprenden y destacan más en una sociedad egoísta
y de pobres modales. Y, desde luego, la reciente insólita aparición
del Emperador ante las cámaras es un vivo testimonio de su
identificación con el sufrimiento del pueblo, animándole a soportar y
superar animosamente el desastre natural que ha golpeado Japón.
Federico Lanzaco Salafranca. Exprofesor de las
Universidades de Sophia, Tokio, y del Centro de Estudios Orientales de
la Universidad Autónoma de Madrid. Ha recibido la Condecoración
Imperial de la Orden del Tesoro Sagrado, otorgada por el gobierno
japonés.
Fuente: http://elcomentario.tv/reggio/el-incomprensible-caracter-japones-de-federico-lanzaco-salafranca-en-expansion/22/03/2011/
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