En los últimos años se ha sumado un nuevo riesgo en la producción de alimentos: la manipulación genética. Ya se han comprobado reacciones alérgicas a soja modificada genéticamente y la generación de toxinas como consecuencia de estas manipulaciones. Pero el peor riesgo es el que desconocemos. La producción de alimentos transgénicos es un gran experimento en el que el laboratorio es el Planeta y es imposible predecir a largo plazo los efectos que tendrá un nuevo gen o grupo de genes sobre el organismo, el medio ambiente o la salud.
Los cultivos genéticamente modificados también implican graves riesgos ambientales. A la pérdida de biodiversidad que supone la generalización de unas pocas variedades de las plantas cultivadas y el uso indiscriminado de herbicidas de amplio espectro, se suma la transferencia de los genes modificados a plantas silvestres, el aumento del uso de herbicidas y la liberación al ambiente de las toxinas generadas por los organismos modificados.
La introducción de variedades transgénicas también amenaza la sostenibilidad de la actividad agraria. Por una parte, la reducción de la biodiversidad agrícola, iniciada ya con la Revolución Verde (variedades seleccionadas de alto rendimiento, especialmente híbridos), conduce a la pérdida de grandes cantidades de recursos genéticos que no tardaremos en añorar. Por otra, la inducción a que los cultivos generen toxinas mediante ingeniería genética motiva la aparición de resistencias a dichas toxinas en los insectos, invalidando el uso de las toxinas naturales para el control de las plagas, como está sucediendo ya con el Bacillus thuringiensis.
Fuente: http://www.criecv.com/es/ae/queconsumimos/transgenicos.html
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