EL GRAN
ENGAÑO DE LOS PLATILLOS VOLANTES
LUIS ALFONSO GÁMEZ
Una nave extraterrestre
visita la Tierra cada seis minutos. Sólo así se explica que, en los
últimos 50 años, el 5% de la población mundial asegure haber sido
testigo de las evoluciones de platillos volantes. Aunque la inmensa
mayoría de las observaciones tiene su origen en percepciones erróneas
de cuerpos astronómicos, de fenómenos atmosféricos, de aviones y
helicópteros... cuando no en meras fabulaciones y fraudes; de los 200
millones de platillos volantes vistos en el cielo desde 1947, 4 millones
son auténticos ingenios alienígenas, según estimaciones de los
ufólogos más prudentes.
Nuestro planeta es una
especie de Benidorm cósmico al que acuden seres de todos los
rincones de la galaxia y no precisamente con buenas intenciones. En
1991, «al menos un 2% de la población norteamericana presentaba los
síntomas característicos de las personas que han sido abducidas. Es
decir, llevadas al interior de ovnis por seres de apariencia
extraterrestre para ser examinados minuciosamente y formar parte,
además, de un estricto programa de 'seguimiento' a lo largo de toda su
vida por parte de sus abductores» [Sierra, 1994]. A nadie puede
extrañar, por lo tanto, que, a finales de los años 70, el ufólogo
español ANDREAS FABER-KAISER hablase de los ovnis como del «problema
número uno de la ciencia moderna».
El término platillo
volante nació el 24 de junio de 1947 en Estados Unidos. KENNETH
ARNOLD, un vendedor de equipos de extinción de incendios, volaba en su
avioneta de Chehalis a Yakima, en el estado de Washington, cuando vio
nueve objetos que volaban en formación sobre el monte Rainier. «Se
desplazaban como platillos saltando sobre el agua», recordaba poco
después. En un primer momento, Arnold temió que se trataba de
aeronaves soviéticas e intentó informar al FBI; pero la oficina de
Pendleton (Oregon) estaba cerrada, así que acabó contando la historia
a los periodistas. La agencia de noticias Associated Press envió un
despacho que dio la vuelta al mundo y pronto empezaron a verse extraños
ingenios volantes por todo el país.
Nadie sabía lo que
eran aquellos objetos que en plena guerra fría invadían el espacio
aéreo norteamericano; nadie pensaba en seres extraterrestres. En el
informe que redactó para el Ejército, Arnold indicó que, cuando vio
los objetos, supuso que eran «aviones con propulsión a chorro».
Y añadió: «Estoy convencido de que se trataba de algún tipo de
avión, aunque en muchos aspectos no se ajustaban a los tipos
convencionales que conocía» [Steiger, 1976]. El hombre de negocios
creyó que los objetos que había visto sobre el monte Rainier eran
aviones hasta que entró en escena un heterodoxo editor de ciencia
ficción que vio en los platillos volantes un filón de oro.
Ciencia
ficción y basura paranormal
RAYMOND
PALMER había asumido la dirección de Amazing Stories en 1938,
el mismo año en que ORSON WELLES había aterrorizado a cinco millones
de personas con una versión radiofónica de La guerra de los mundos
(1897), de HERBERT G. WELLS. «Tan pronto como [Palmer] se hizo cargo
de la dirección dedicó una enorme cantidad de energía a cambiar el
rumbo de la revista. Hizo bajar la calidad de las historias y aumentar
la circulación» [Asimov, 1981]. Dos años antes de la observación
de Arnold, Palmer abrió las páginas de Amazing Stories a
RICHARD S. SHAVER, un desequilibrado mental que decía recordar
cómo Atlántida, Lemuria y Mu -los continentes míticos tan del gusto
de charlatanes de todas las raleas- habían sido colonizados por seres
extraterrestres en un remoto pasado. Según Shaver, los alienígenas
habían tenido que abandonar la Tierra hace miles de años, dejando en
nuestro planeta dos tipos de robots que desde entonces habitan en el
subsuelo: los teros, que hacen lo posible por ayudar a la
humanidad, y los deros, responsables de gran parte de las
desgracias del ser humano.
La historia cautivó a
Palmer hasta tal punto que, en junio de 1947, dedicó un número entero
de Amazing Stories a lo que él denominaba el misterio Shaver.
En octubre, aseguraba en un editorial escrito durante el verano que la
observación de «misteriosas naves supersónicas, ya sean espaciales
o procedentes de cuevas», confirmaba la autenticidad de las
narraciones del mundo subterráneo [Lagrange, 1988]. Los tripulantes de
los platillos volantes eran descendientes de los extraterrestres que
habían colonizado nuestro planeta en un pasado remoto. Palmer fue
despedido de su trabajo. Su apoyo incondicional a las estupideces
propaladas por Shaver había incomodado a los propietarios de la
revista. El imaginativo promotor de basura pseudocientífica entró
entonces en contacto con Kenneth Arnold.
Un
año más tarde, aparecía en los quioscos el primer número de Fate,
que con el tiempo se iba a convertir en «el principal abastecedor de
tonterías paranormales» de Estados Unidos [Gardner, 1983]. El
artículo de portada de la nueva revista era «I did see the flying
disks» y, aunque estaba firmado por Arnold, había sido escrito por
Palmer. El autor había pasado por alto todas las dudas que el testigo
había reflejado en el informe al Ejército y las incongruencias del
relato, contradictorio en lo que se refería al tamaño y la velocidad
de los objetos volantes. Describía el suceso con un tono colorista y
afirmaba, entre otras cosas, que los discos habían suscitado en Arnold «un
sentimiento extraño». Al eliminar del relato original los
elementos incómodos e inventarse detalles inexistentes, Palmer se
convirtió en el primer ufólogo de la historia.
Meses después, el 7 de
enero de 1948, el capitán THOMAS F. MANTELL sufría un accidente de
aviación cuando creía perseguir un platillo volante sobre la base
aérea de Godman, en Kentucky. El piloto militar, que mandaba una
escuadrilla de P-51, perdió el conocimiento tras sufrir una falta de
oxígeno en la sangre al sobrepasar su avión los 6.000 metros de
altitud. El caza se estrelló. Y Mantell pasó a la historia como el
primer mártir de la ufología a pesar de haber muerto persiguiendo
un Skyhook, un globo de grandes dimensiones utilizado para estudiar los
rayos cósmicos y visible a más de 20 kilómetros. La descripción
facilitada por los testigos que habían observado el extraño objeto
desde tierra y aire se correspondía con la de «un helado de
cucurucho con la parte superior de color rojo» [Klass, 1974].
Según se supo años después -el programa Skyhook era secreto en los
años 40-, aquella semana se habían lanzado varios globos desde la base
aérea de Clinton, situada al sur de Ohio, y los vientos reinantes
habían llevado alguno hasta las proximidades de la base de Godman.
Sin embargo, muchos
ufólogos prefieren creer que el avión del capitán Mantell «se
adentró en el campo magnético de una colosal astronave extraterrestre»
o que los tripulantes de un platillo volante abatieron el caza con el rayo
de la muerte [Ribera, 1974]. El accidente de Mantell era para DONAL
E. KEYHOE, comandante retirado de la Infantería de Marina, una prueba
evidente de la política de encubrimiento seguida por el Gobierno
estadounidense respecto a los platillos volantes, que el ex militar
identificaba con naves extraterrestres. Keyhoe, autor del primer libro
sobre el tema, The flying saucers are real (1950), publicó en
enero de 1950 un artículo en la revista True, que sentó los dos
pilares básicos de la ufología: el origen alienígena de los ovnis y
el secretismo gubernamental. Su segunda obra, Flying saucers from
outer space (1953), sirvió de base para la película de ciencia
ficción Earth versus the flying saucers, realizada por FRED F.
SEARS en 1956. «Los platillos volantes que animó [RAY HARRYHAUSEN]
en el filme son tan perfectos que se los puede tomar por naves
suficientemente enormes como para derribar el Capitolio, cuando en
realidad son pequeñas maquetas de doce pulgadas. El realismo de esta
película contribuyó a ensanchar la obsesión por los platillos
volantes» [Torres, 1994].
Embajadores
de otros mundos
Pasó poco tiempo desde
que alguien con autoridad -Keyhoe era ex militar- estableció el
origen extraterrestre de los platillos volantes hasta que alguien con
imaginación mantuvo el primer encuentro tête-à-tête con los
alienígenas. El elegido fue un cocinero de un puesto de
hamburguesas de monte Palomar, GEORGE ADAMSKI. Después de ver un
platillo volante en 1946 y presenciar las evoluciones de una escuadrilla
de 184 naves interestelares en 1947, se encontró con Orthon, un
venusiano, en el desierto californiano el 20 de noviembre de 1952. El
extraterrestre le manifestó la preocupación del vecindario cósmico
por la «radiación de nuestras pruebas nucleares» [Story,
1980]. Para desgracia de Adamski, el propio Ray Palmer reconoció en
más de una ocasión que el cocinero le había ofrecido ya esta historia
a finales de los años 40 para publicarla como un cuento de ciencia
ficción en Amazing Stories.
El
contactado aseguraba haber viajado hasta la Luna, invitado por
los alienígenas. Sin embargo, las naves extraterrestres que aparecían
en sus fotografías eran en realidad vulgares tapas de aspiradora
lanzadas al aire. En la cara oculta del satélite terrestre, Adamski
decía haber visto ríos y florecientes ciudades pobladas por paisanos
de Orthon, Firkon y Ramu, venusiano, marciano y saturniano,
respectivamente. Todo el sistema solar estaba preocupado por el futuro
de la humanidad, y el cocinero aprovechó la revelación para
abandonar la carne picada y dedicarse a impartir conferencias bien
remuneradas. Murió de ataque cardiaco en 1965, poco antes de que las
primeras fotografías mostraron una cara oculta de la Luna desolada y
las sondas automáticas no encontraron rastro de civilización alguna ni
en Venus ni en Marte ni en Saturno. A pesar de ello, para algunos
ufólogos, hay que «conceder a Adamski el beneficio de la duda, si
no en la totalidad de sus afirmaciones, al menos en parte de ellas»
[Ribera, 1982]. Sus dos obras, Flying saucers have landed (1953)
e Inside the space ships (1955), sirvieron de inspiración a
otros espabilados y místicos que convirtieron la década de los 50 en
la época de mayor esplendor del movimiento contactista.
«¡Prepárate! Vas a
ser la voz del Parlamento interplanetario»,
escuchó GEORGE KING una mañana de mayo de 1954. Según supo
después el contactado británico, el mensaje telepático
provenía de Aetherius, un venusiano de 350 años. El alienígena había
elegido a King para recomendar a los terrestres el abandono de la
energía nuclear y la vuelta a las «leyes cósmicas» predicadas
por grandes maestros como Jesús, Buda o Krishna, que también
habían llegado a la Tierra procedentes de otros planetas. La vida en el
resto del sistema solar era poco menos que idílica -no hay guerras ni
indigencia ni enfermedades...- y los tripulantes de los platillos
volantes tenían como misión proteger al ser humano de otros
extraterrestres hostiles. La humanidad, decía Aetherius, procede de un
planeta que se desintegró en un guerra nuclear y dio lugar al cinturón
de asteroides. En la teología de King, no faltaban referencias a la
reencarnación, Atlántida y Lemuria -destruidas en otra conflagración
atómica-, el Diablo -que ha gobernado el mundo durante eones- y el
masivo futuro desembarco alienígena.
DANIEL FRY aseguraba en
1966 que los visitantes le habían informado de que una supercivilización
terrestre había perecido en una hecatombe nuclear hace 30.000 años. El
contactado decía haber entrado el 4 de julio de 1950 en una
sonda automática extraterrestre estacionada cerca de Las Cruces,
en Nuevo México. Mientras hacía en media hora un viaje de ida y vuelta
a Nueva York, A-Lan le enviaba mensajes telepáticos desde una nave
nodriza situada en órbita terrestre. Después de la catastrófica
guerra entre Atlántida y Lemuria -el extraterrestre había leído
seguramente los panfletos de la Sociedad Aetherius, creada por George
King- los supervivientes se habían refugiado en Marte. Ahora regresaban
para -¡cómo no!- advertirnos del peligro atómico.
Los extraterrestres de
TRUMAN BETHURUM, íntimo amigo de Adamski, vivían en un mundo
paradisiaco, donde no existían ni las guerras ni el divorcio ni los
impuestos. El planeta Clarión estaba situado tras la Luna, en órbita
paralela a la del satélite terrestre. Los habitantes de Venus, Marte,
Júpiter y Saturno que visitaban a HOWARD MENGER viajaban en naves sospechosamente
parecidas a las tapas de aspiradora utilizadas por los hermanos
cósmicos del cocinero de monte Palomar; los alienígenas de ORFEO
ANGELUCCI provenían de otra realidad, pero eso no impidió al contactado
contraer matrimonio místico con Lyra, una de las viajeras
estelares, y los guías extraterrestres animaron a GABRIEL GREEN
a dedicarse a la política y logró 171.000 votos en las elecciones para
el Senado celebradas en California en 1962. La lista de contactados
llega hasta nuestros días de la mano del Instituto Peruano de
Relaciones Interplanetarias (IPRI) y de la italiana Fraternidad
Cósmica. El mensaje es siempre apocalíptico y genera pingües
beneficios a los embajadores humanos de los extraterrestres. Sin
embargo, los elegidos nunca traen nada consigo a la vuelta de sus
viajes de turismo interplanetario. ¿Tanto cuesta hacerse con un
ventilador venusiano, un mondadientes marciano, un peine joviano o un
anillo saturniano?
Las
fabulaciones de una mujer ansiosa
La mayoría de los misioneros
galácticos de los años 50 debió de dar por imposible la
salvación de la humanidad. Entonces, entraron en escena crueles
alienígenas que experimentaban con los hombres y mujeres que se
cruzaban en su camino. Su primera víctima fue un matrimonio
estadounidense, cuya vivencia en el interior de un ovni alcanzó fama
mundial y marcó una nueva época en la historia de la ufología.
Atrás, quedaban los platillos volantes en el cielo y los encuentros
místicos en remotos parajes; ahora, los tripulantes de los ovnis
secuestraban a seres humanos para examinarlos e incluso mantener
relaciones sexuales. Todo comenzó en 1966, cuando la revista Look
publicó dos artículos de JOHN FULLER, en los que se narraba cómo
seres alienígenas habían secuestrado a una pareja en una carretera
secundaria del estado de New Hampshire cinco años antes.
BARNEY y BETTY HILL
regresaban en automóvil de unas vacaciones en Canadá en la noche del
19 de septiembre de 1961, cuando la mujer se dio cuenta de que una
misteriosa luz les perseguía. El hombre creía que se trataba de
un avión; pero su esposa le persuadió de que no podía ser un
aeroplano. Detuvieron el coche, y Barney Hill se sintió aterrorizado
tras observar la luz a través de los prismáticos y temer que les
fueran a secuestrar los tripulantes de un ovni. En un intento de burlar
a los perseguidores, el empleado de Correos decidió abandonar la
carretera elegida para el viaje y tomar una vía secundaria. El
matrimonio llegó a su casa de Portsmouth dos horas más tarde que lo
previsto.
Al día siguiente,
Betty Hill llamó por teléfono a su hermana Janet, una apasionada de
los platillos volantes, para contarle lo sucedido. La conversación
sirvió para que los Hill se pusieran en contacto con la Fuerza Aérea.
Betty compró el último libro de Donald E. Keyhoe, The flying saucer
conspiracy (1955), y escribió al ex militar, que por aquel entonces
dirigía el crédulo Comité Nacional para la Investigación de los
Fenómenos Aéreos (NICAP). En el informe oficial y en la carta al
ufólogo, el matrimonio sólo habló de una luz nocturna, similar a una
estrella, que luego se convertía en una «torta, rodeada de ventanas
en la parte delantera, a través de las cuales se veían luces
azulblancas» [Fuller, 1966]. No fue hasta que Barney tuvo que
acudir al psiquiatra por prescripción médica cuando el secuestro
salió a la luz. De raza negra, el hombre se sentía culpable de haber
abandonado a su primera esposa y a su hijo por Betty, una mujer blanca.
Mediante hipnosis, el doctor BENJAMIN SIMON tuvo conocimiento de la
observación del ovni, a la que, según ambos miembros del matrimonio
recordaban en estado hipnótico, había seguido un secuestro y un
reconocimiento médico a bordo del platillo volante.
El psiquiatra, que
sospechaba que el episodio del rapto era una fabulación, lo confirmó
cuando la mujer le informó de las pesadillas que había tenido desde la
noche del presunto secuestro. Los sueños de Betty Hill eran idénticos
al relato obtenido de ambos testigos bajo hipnosis. La historia había
sido inventada por la mujer, ya que sus recuerdos eran
mucho más completos que los del hombre, a quien había contado las
pesadillas durante meses. A juicio de Benjamin Simon, «los Hill no
mentían» cuando contaban su historia, pero ésta estaba basada en
los sueños de la mujer y no en un hecho real [Fuller, 1966]. El médico
estaba seguro de que las pesadillas no habían sido causadas por un
secuestro alienígena, ya que la exposición estaba plagada de
inconsistencias. Así, por ejemplo, los extraterrestres de Betty
hablaban en inglés y sabían manejar la cremallera del vestido de la
mujer, mientras que los de Barney ni tenían boca ni se explicaban que
el hombre utilizara dentadura postiza. Además, aunque los alienígenas
ignoraban lo que era el paso del tiempo, cuando la mujer abandonaba la
nave, uno le dijo: «Espera un minuto» [Klass, 1989].
ROBERT
SHEAFFER, astrónomo aficionado, cree que el objeto que persiguió
a los Hill fue el planeta Júpiter, excepcionalmente brillante aquella
noche. De hecho, el matrimonio vio por primera vez el ovni encima de una
estrella localizada bajo la Luna. En realidad, por debajo del satélite
terrestre, había aquella noche dos planetas, Saturno -la estrella
de los Hill- y Júpiter. «De haber existido un auténtico ovni,
habría habido tres objetos cerca de la Luna: Júpiter, Saturno y el
ovni» [Sheaffer, 1981]. Pero el matrimonio sólo recordaba haber
visto dos. Quien crea que es difícil confundir un planeta con una nave
extraterrestre tiene que saber que efectivos de la Policía
autónoma vasca, de la Asociación de Ayuda en Carretera, de la Cruz
Roja y de varias guardias urbanas cometieron el mismo error que los Hill
en la madrugada del 11 de julio de 1985, cuando una caravana de
vehículos siguió a Júpiter por las carreteras guipuzcoanas
durante cinco horas. A pesar de que el planeta fue identificado como tal
por un astrónomo que presenció los hechos, los testigos creyeron
firmemente que lo que perseguían era un objeto «tripulado o, por lo
menos, extraño a lo que conocemos en la Tierra» [Segura, 1985].
Respecto a las dos horas de retraso que los Hill achacaban al tiempo que
había durado el secuestro, sólo hay que decir que, además de
desviarse de la carretera principal y tomar una vía secundaria, el
matrimonio circuló a baja velocidad durante buena parte del trayecto y
realizó varias paradas para observar el ovni. Así se explica el famoso
tiempo perdido.
A pesar de las
inconsistencias, la falta de pruebas y la opinión del psiquiatra que
trató a Betty y Barney Hill, el caso -ampliamente difundido en libros y
revistas- provocó un nuevo giro en la mitología ovni y empezaron a
prodigarse los secuestros, siempre siguiendo el patrón de la
experiencia del matrimonio de New Hampshire. A juicio de los ufólogos,
la similitud entre la mayoría de los raptos alienígenas y el episodio
de los Hill autentica los primeros. ¡Extraña lógica la de los
seguidores de los platillos volantes! Las fabulaciones de una mujer
ansiosa por ver marcianos sirven para legitimar los relatos increíbles
posteriores porque, por supuesto, no hay ninguna prueba objetiva de la
presencia de delincuentes cósmicos en nuestro planeta.
De
la patata lunar al condón marciano
Después de millones de
visitas y cientos de secuestros -con violación sexual incluida en
algunos casos-, la ufología no dispone todavía de la prueba de cargo
que demuestre la existencia de exploradores alienígenas en la Tierra.
Ni una sola de las miles de fotografías existentes de supuestos ovnis
ha superado los análisis pertinentes. Cuando no se trata de imágenes
borrosas, resulta que los ingenios extraterrestres son idénticos a las
maquetas que construye el honrado testigo, como ocurre con el contactado
suizo EDUARD MEIER y con el estadounidense ED WALTERS. Resulta chocante
que haya filmaciones de aviones poco antes de estrellarse y ni una
fidedigna de platillos volantes, aunque desde 1947 ha habido muchísimos
menos accidentes aéreos que apariciones de ovnis. Los documentos
sonoros incuestionables también brillan por su ausencia. A principios
de los años 80, el ufólogo JUAN JOSÉ BENÍTEZ aseguró que en un
barrio bilbaíno se había grabado el ruido de una nave extraterrestre.
Para desgracia del novelista, el misterioso sonido era en realidad el
canto de un sapo partero -Alytes Obstetricans-, como comprobaron
técnicos de la Fonoteca del Museo Zoológico de Barcelona a instancias
de FÉLIX ARES, JESÚS MARTÍNEZ y el autor.
Los alienígenas,
además, se caracterizan por no haber aportado ningún conocimiento
nuevo al género humano. ¡Qué mejor prueba que facilitar a un
analfabeto la solución al teorema de Fermat o una ecuación desconocida
para los hombres de ciencia! Sin embargo, en medio siglo, lo único que
los extraterrestres han transmitido a sus elegidos -personas casi
todas ellas de escasa o nula formación- son mensajes mesiánicos
vacíos de contenido y advertencias sobre inminentes fines del mundo que
no se han convertido en realidad. Tampoco han facilitado a los contactados
casi ningún objeto de origen alienígena. Lo hicieron una vez, cuando
Howard Menger se trajo una patata tras un viaje a la Luna. La
composición en proteínas del tubérculo selenita era, según el contactado,
cinco veces superior a la de una patata terrestre. Por desgracia, nadie
pudo analizar tan nutritivo manjar, ya que Menger aseguró que había
sido confiscado por el Gobierno estadounidense. Nada mejor que una
mentira para encubrir otra.
La liberación sexual
de los años 60 se reflejó en numerosos encuentros íntimos entre
alienígenas y terrestres, pocas veces consentidos por los humanos.
Así, una joven norteamericana de 26 años, SHANE KURZ, decía haber
sido violada por un extraterrestre el 2 de mayo de 1968 en Westmoreland,
en el estado de Nueva York. ANTONIO RIBERA, el más veterano de los
ufólogos españoles, cree que la aventura sexual de Kurz «ofrece
todos los visos de ser cierta», pero duda de la autenticidad del vis-à-vis
de ELIZABETH KLARER, una sudafricana que asegura haber tenido un hijo
del tripulante de una platillo volante [Ribera, 1981]. En estos casos,
obvia decirlo, las víctimas no suelen hacerse tampoco con
ninguna evidencia -ni siquiera un preservativo marciano- ni denunciar
los hechos y someterse al correspondiente reconocimiento médico. Los
extraterrestres, por su parte, son tan primitivos e irresponsables como
para arriesgarse a contraer o propagar una enfermedad por no recurrir a
la fecundación in vitro para sus experimentos genéticos. Como
nadie ha visto nunca el fruto vivo de estos arrebatos de pasión
alienígena, seguimos sin pruebas.
«Además de las
innumerables mentiras -dice
MARTIN S. KOTTMEYER-, la evidencia física utilizada para argumentar
a favor de la realidad de los ovnis es tan trivial como la que se
utiliza para apoyar las fantasías más personales de otros paranoicos,
por ejemplo: anillos perdidos, luces que disminuyen, fallos mecánicos,
enfermedades sin explicación aparente, fotografías sobreimpresas, y
así sucesivamente. No existen casos conocidos de ovnis que fulminen
automóviles y los conviertan en charcos radiactivos, que roben estadios
enteros de fútbol, que alteren el orden de los aminoácidos en sus
víctimas, o que dejen olvidadas láminas de 'multiquarks' de gran
potencia cuando hay una colisión. Para resumir, no hay ninguna
evidencia que requiera una explicación de otro mundo» [Kottmeyer,
1989].
En
una galaxia muy, muy lejana...
La idea del origen
extraterrestre de los platillos volantes está tan extendida que, cuando
alguien niega tal posibilidad, lo normal es que le respondan: «¡Cómo
puedes creer que somos los únicos seres inteligentes del universo!».
Y es que la mayoría de la gente confunde la probabilidad de que existan
otras civilizaciones en el cosmos con la seguridad de que estamos siendo
visitados por extraterrestres. Los ufólogos no sólo presuponen que la
inteligencia es algo común en la Vía Láctea, sino que consideran que
la Tierra es un destino especialmente interesante en una galaxia
compuesta por más de 100.000 millones de estrellas. Sólo así se
entiende el enorme esfuerzo económico, tecnológico y humano que
supone haber enviado a nuestro planeta 4 millones de astronaves en cinco
decenios. Si, como mantienen los ufólogos, el desarrollo de vida
inteligente es algo frecuente, ¿qué interés tiene el ser humano para
todas esas civilizaciones que nos visitan? Porque lo que está claro es
que la humanidad llama la atención a alienígenas de los más variados
pelajes.
En 1970, el ufólogo
brasileño JADER U. PEREIRA estudió 333 casos de supuestos aterrizajes
extraterrestres y llegó a la conclusión de que la mayoría de los
visitantes es humanoide, aunque hay más de una docena de biotipos
diferentes [Pereira, 1978]. Las alturas de los exploradores estelares
oscilan entre los 0,80 y los 3 metros, los hay rubios y absolutamente
calvos, cabezones y de proporciones perfectas, con orejas puntiagudas y
con garras, con un sólo ojo y con simples hendiduras en lugar de ojos.
Pero también hollan suelo terrestre, aunque en menor proporción,
alienígenas de «cabeza cuadrada y cuerpo en forma de campana»;
seres que parecen «un trozo de terrón de azúcar abierto por la
parte baja»; monstruos sin cabeza y con alas de murciélago; cajas
cilíndricas inteligentes que se desplazan sobre aletas... El delirante
informe de Pereira no entró a formar parte de una antología del
disparate, sino que en su día fue publicado por Stendek y Phénomènes
Spatiaux, las revistas serias de las ufologías española y
francesa, respectivamente. Pereira, de todos modos, no se atrevió a
atribuir un planeta de origen a cada tipo de extraterrestre, lo que
habría convertido el estudio en una inapreciable pieza de humor.
¿Acaso el alienígena de orejas puntiagudas era un pariente lejano del
señor Spock?
Los primeros contactados
situaban el hogar de los exploradores extraterrestres en la Luna, Marte,
Venus, Júpiter y Saturno. Adamski, Menger y otros elegidos
visitaron en los años 50 ciudades alienígenas en varios mundos de
nuestro sistema solar. Las patrañas divulgadas por estos contactados
cayeron por su propio peso gracias a la exploración de otros planetas
mediante sondas automáticas. Sin embargo, los miembros del IPRI
seguían hablando en los años 70 de visitantes de Ganímedes o Io, un
desierto helado y un infierno de azufre, respectivamente.
Últimamente,
los amigos de los extraterrestres han optado por situar a sus
interlocutores a varios años-luz de la Tierra. El espabilado de turno
tiene así más tiempo para forrarse hasta que los más ingenuos se dan
cuenta de que todo ha sido un cuento chino. Eduard Meier, un contactado
suizo especialmente hábil fabricando maquetas que tiene debilidad por
dar palizas a su esposa, una deficiente mental, dice estar en
comunicación con habitantes de las Pléyades, constelación situada a
unos 400 años-luz. Lástima que, como indica el director del Planetario
de Pamplona, JAVIER ARMENTIA, las Pléyades sean unas estrellas
demasiados jóvenes como para contar con planetas.
LOUIS WINKLER,
astrónomo de la Universidad de Pennsylvania, cree que la evolución
histórica de la elección del lugar de origen de los extraterrestres
responde a un patrón propio de una religión. «Primero -dice-,
se elige un lugar cercano, siendo relativamente fácil para los
alienígenas establecer contacto. Si se prueba que este lugar cercano es
insostenible, se establece que la vida existe un poco más lejos.
Mientras el nuevo lugar está siendo evaluado, las ideas acerca de la
naturaleza de los alienígenas pueden mantenerse sin que sean refutadas.
Llevar el origen de la vida extraterrestre siempre a mayores distancias
de la Tierra es una manera de preservar la idea de que los alienígenas
existen y están contactando con los terrícolas. Obviamente, la
elección más segura, y más remota en cierto sentido, sería la de
otro lugar en la continuidad espacio-temporal o en otro universo, dado
que estos orígenes parecen ser de más difícil refutación» [Winkler,
1983]. De hecho, las continuas meteduras de pata de contactados y
secuestrados han llevado a los ufólogos más jóvenes a trasladar en
los últimos años el Olimpo de sus dioses a otras dimensiones, donde
los angelicales alienígenas de rubia melena y blanca tez están a salvo
de la curiosidad humana.
El engaño ha durado ya
medio siglo, pero puede irse al traste en cualquier momento. Sólo hace
falta que una nave alienígena aterrice a plena luz del día en una
populosa ciudad. Entonces, se demostrará que todos los libros sobre
platillos volantes no son más que cuentos de hadas y que los ufólogos
más reputados son meros embaucadores.
Referencias
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la ciencia ficción [Asimov on science fiction]. Trad. de
Salvador Benesdra. Edhasa (Col. «Perspectivas»). Barcelona 1986. 337
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volante [The interrumpied journey: Two lost hours aboard a flying
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Editorial Plaza & Janés (Col. «Otros Mundos»). Barcelona 1977.
374 páginas.
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Míguez. Alianza Editorial (Col. «El Libro de Bolsillo», Nº 1.225).
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Klass, Philip J.
[1974]: Ufos explained. Vintage Books. Nueva York. 438 páginas.
Klass, Philip J.
[1989]: Ufo abductions. A dangerous game. Prometheus Books.
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Kottmeyer, Martin S.
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Trad. de Rosemary Joly e Inés García González. Ediciones Héptada
(Col. «Psicología Trascendente»). Madrid 1990. 71-83.
Lagrange, Pierre
[1988]: «"It seems impossible, but there it is"». En Spencer,
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Publications. Londres. 26-45.
Menzel, Donald H.
[1953]: Flying saucers. Harvard University Press. Cambridge. XII
+ 319 páginas.
Pereira, Jader U.
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© Copyright 1997 Luis
Alfonso Gámez
Fuente: http://ovnis.arp-sapc.org/ovnis1.htm
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