viernes, 22 de octubre de 2010

El doble discurso moral del político y la ética



El doble discurso moral del político,
sus consecuencias y el papel de la ética

Por Lic. Octavio Alfonso Chon Torres

Para poder empezar a hablar acerca de un doble discurso moral del político es importante ver antes el aspecto humano que le compete como persona. Es decir, hay que reconocer que el político como hombre posee un “yo” y que uno de sus instintos básicos será el de velar por su propia seguridad y existencia.
Éste no es el problema, ya que no se puede negar este aspecto del ser humano, sino que el problema aparece cuando es esta parte de este aspecto del ego se superpone a las otras dimensiones humanas, tales como la cooperación, la ayuda mutua y, en especial, la ética. Así, al político no se le critica por su egoísmo innato, sino por su alto egocentrismo antepuesto al bien común. Esto llevado al campo de la política tiene como resultado una doble moral porque por un lado se hablará del bien de los demás mientras que en el otro solo se buscará el beneficio propio de modo desproporcionado en relación a su cargo.
En circunstancias que no tengan que ver demasiado con la política de modo tan explícito como por ejemplo al postularse para el cargo de presidente de la república de algún país. Y es que la política propiamente dicha posee la peculiaridad de dar cierta sensación de poder sobre la gente, cuestión que no se vería siendo un simple funcionario público. Visto de esta manera, el política se enfrenta ante una gran tentación relacionada al poder. De dejarse llevar, esto haría que se corrompa y solo obre en función a sus intereses y de los suyos, lo que incrementaría la tensión política ya conocida entre amigo-enemigo.
La condición de guerra latente en esta rivalidad de amigos o enemigos políticos tiene más sentido si se habla de sujetos que se enfocan mayormente en esa suerte de egocentrismo común que los motiva a mayor enfrentamiento cuando chocan con el otro. La naturaleza de la guerra es la de eliminar al otro para garantizar la propia subsistencia y quedar así libre de amenazas extranjeras. Evidentemente, si este instinto básico se lo lleva a sociedades desarrolladas el mejor lugar para expresar esa tensión sería en lo político. De modo que el problema principal del doble discurso moral del político tiene raíces en su propia naturaleza, no en ser egoísta nada más, sino en superponer ello en detrimento de sus otras cualidades, específicamente las altruistas. Saber esto concede una base confiable para poder estudiar el quehacer político con mejor cuidado y evitar mayores especulaciones en la medida de lo posible.
Las consecuencias de esta –podría llamársele- corrupción, son las que se pueden ver al momento de la competencia por llegar al poder en la política. Esto –la superposición de intereses- carcome no solo su propio ámbito de grupo –ya que entre iguales confabularán para lograr objetivos de beneficio propio, sino que perjudica asimismo a la sociedad entera en la forma de incredulidad política por parte de la población, así como también a la motivación de que exista esa misma corrupción en las personas, puesto que lo más resaltante a la vista del público es que el único que sale favorecido en la política es aquel cuyo obrar sea más en función al interés privado que al público.
Con lo dicho no se intenta decir que es necesario ser santos para ser políticos, o que no exista ninguna rivalidad entre grupos políticos. Por el contrario, la rivalidad también forma parte de la naturaleza humana, sin embargo las diferencias insalvables son un problema y más aún si van acompañadas de la doble moral, en donde más que rivalidad habría tan solo divergencia de intereses personales. Una de las consecuencias de esto es que las agrupaciones políticas en donde un día se juran lealtad al siguiente se traicionan sin pensarlo dos veces. Las consecuencias de seguir una política con discurso de doble moral son perjudiciales para el bien principal que se supone la política ha de cuidar, es decir la población.
Sin embargo, para poder hablar de cómo la ética puede tener espacio en todo este panorama, es importante dilucidar de qué se trata ésta, sobre si es una mera abstracción para identificar acciones correctas o si de hecho es algo que puede tener su manifestación en la naturaleza humana como tal. El tema es muy amplio y por eso solo se verá en este ensayo qué papel juega la ética en la política. Como se vio en un principio, el origen del doble discurso moral tiene nacimiento en la superposición del egocentrismo por sobre los demás aspectos humanos, en este caso el bienestar por los demás. Así, la solución sería poner en su respectivo lugar ese ego excesivo que solo vela por sí mismo. Entonces la ética aplicada en la política devendría en la expresión de la proporción medida de ese aspecto egoico del ser humano. Esto no implica que se esté inmune de alguna vez volverse egocéntrico alguna vez, sino que el solo hecho de delimitar los campos de acción –y tomar consciencia real de ello por supuesto- de estos aspectos de la persona es ya un paso para que el político deje de ser el tan conocido hipócrita frente al pueblo.
De lo dicho se puede deducir con justicia que jamás el político será alguien moralmente perfecto, ya que es contrario a la naturaleza azarosa que el ser humano pueda expresar. Sin embargo, casos de políticos ejemplares pueden ocurrir, así como de dictadores. El asunto es que la ética aplicada en la política vista como la moderación de los aspectos humanos, en este caso el egocéntrico, tiene la peculiaridad de no ser tan libre como en otras actividades, por ejemplo como sucedería con un filósofo. De este último se puede expresar que sea genial sin temor a ser demasiado reprendido. Por el contrario, de un político es más inusual que sea genio en su ámbito, y esto por lo que se acaba de decir, la política en el sentido de egocentrismo exaltado en relación al poder hace que se despierten sobremanera esos instintos de supervivencia de tal modo que la rivalidad política sea tremendamente marcada. Sin embargo, cabría replantearse la pregunta de en qué momento es lítico dejarse llevar por esos aspectos individualistas aplicado a la política. La respuesta sería que en un momento el laborar para uno mismo podría conllevar ciertos beneficios a los otros, pero que de tomarlo como la regla general devendría en un deterioro en la calidad de relaciones humanas. Lo mismo pasaría con la exaltación del aspecto comunitario, ya que de algún modo se impedirían ciertas libertades individuales, como la de tener criterio y voz propia.
En general, ni uno ni lo otro llevado de forma demasiado resaltada sería lo más óptimo, sino que lo más recomendable es tener un telón de fondo en donde la moderación de estos aspectos pueda prevalecer, aunque nada garantiza que esto pase, nisiquiera la moral. La única forma de alguna manera sería la experiencia de aprender de los errores y procurar evitarlos, preparándose para cualquier eventualidad.
En conclusión, se puede decir que el problema del doble discurso moral del político pasa por una anteposición de sus intereses personales al del bien común. Esto se ve fortalecido, el doble discurso, por lo que la política representa, el poder. Ello genera rivalidades de intereses más que de proyectos para el bien de la población. Además, la ética no sería garantía absoluta de un comportamiento más óptimo, al menos en la mayoría de los casos. Sumado esto a la presión que se ejerce en la política por el estado de guerra latente, hace que el obrar del político sea mucho más complejo y hace más difícil que por su parte haya una autoreflexión sobre su ética en relación a la política.

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