Desde la perspectiva budista, el Lama Tsondru declara que la mística es contactar con la esencia de uno mismo. Dividiendo el afuera del mundo del interior personal, considera que el 99% del tiempo miramos hacia afuera, muy lejos de la máxima griega “conócete a ti mismo”. Somos en realidad, grandes desconocidos y las religiones ayudan a la sociedad a seguir el camino trascendente, pues la sabiduría, el amor y la libertad son cualidades del ser. Todo es espiritual y la gran equivocación de nuestro tiempo consiste en rendir culto al materialismo, al exterior, lo que nos conduce a una gran escisión. La mística, sea cual sea, si no tiene en cuenta todos los aspectos de la realidad, es indigna e inmoral.
Desde la óptica sufí, Jalil Barcena recuerda que si reducimos el mundo global, de cada cien familias, sesenta son analfabetas y carecen de agua, y ochenta viven en condiciones infrahumanas. En general, se olvida que otras personas no son místicas porque ni siquiera tienen la posibilidad de reflexionar, mientras que en nuestro mundo se considera místico a quien lee un libro de Coelho o a quien practica yoga tres veces por semana. La mística, en definitiva, no puede ser una dedicación de ricos y diletantes, no puede estar reñida con la inteligencia. Ser místico es ocuparse de todo lo que atañe al hombre íntegro, como la política, la sociedad y la dimensión económica. Si la mística es sólo terapia sólo puede provocar mayor confusión, pues la espiritualidad también genera fanatismo y egolatría, o sea, puede resultar anti-iniciática. No hay que confundir espiritualidad con psicologismo y, en cambio, sí hay que saber que sentir, que estar con Dios es estar con los demás. El místico no se aparta del mundo, se aparta para volver y encontrarse con el otro. Se ve en La Meca, la casa de Alá, donde todos se colocan en círculos concéntricos, para ver a quien se tiene delante haciendo lo mismo, rezar viendo a Alá en el rostro del prójimo.
La intervención del jesuita Javier Melloni nos avisa de que toda religión alejada de la mística es ideología, que la mística sin el otro es un delirio, que no hay que confundir los caminos que llevan al absoluto con el absoluto mismo, ni las ideas sobre qué puede ser la totalidad con el auténtico infinito. El vaciamiento de nuestras propias ilusiones y estructuras yoicas es imprescindible para despojarnos de lo que no lo es, distinguiendo tres etapas. La del preconsciente o del yo no discernido, la de la modernidad con el yo como razón sin Dios, y la transpersonal marcada por la nostalgia de totalidad que todo lo trasciende. Tres etapas que corresponden al ojo físico y al de la mente, para despertar el tercer ojo que recoge lo visual y lo mental en la unidad. Esta experiencia de lo trascendente como totalidad nos cura de lo fragmentario, de la intermitencia de los destellos y de la difracción del tiempo. La mística libera a las religiones de creer que las prácticas de cada creencia son ya como llegar al absoluto. La mística es también una visión de la utopía como ese "no lugar", como una reserva escatológica, como cima que de ser alcanzada nos descubre la siguiente en una búsqueda incesante. La mística es una profunda serenidad y un vivir el momento presente. Experimentarla es sentir la plenitud del ser “en la plenitud de dejar ser y dejarse atravesar por Dios”. Por tanto, sólo vaciándonos de nosotros mismos podremos alcanzar la plenitud.
Fuente: http://www.sabiduria.es/index.php?option=com_content&task=view&id=141&Itemid=43
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