La apuesta de Pascal
por Hernán Toro
I do not believe in a personal God and I have never denied this but have expressed it clearly. If something is in me which can be called religious then it is the unbounded admiration for the structure of the world so far as our science can reveal it.
—Albert Einstein, 1954
Uno de los argumentos más pintorescos entre las acrobacias mentales que hacen los “creyentes” para tratar de justificar su adhesión a mitos infantiles de la edad del bronce viene de algunas de una de las mentes más brillantes que ha producido el hemisferio occidental. Parece que hasta los cerebros más dotados se rinden ante el pánico que provoca la muerte y recurren a mitos tranquilizadores por no ser capaz de afrontar maduramente la inexistencia que produce la muerte tanto en seres queridos como en uno mismo.
Entre los argumentos absurdos por excelencia está la “apuesta de Pascal” que se puede presentar como sigue en forma sintetizada.
La apuesta de Pascal
Ante la “creencia en Dios” hay cuatro opciones:
- Si creo en Dios y no existe, tras mi muerte no pierdo ni gano nada.
- Si creo en Dios y existe, gano la vida eterna.
- Si dudo de Dios y no existe, no gano ni pierdo nada.
- Si dudo de Dios y existe, me gano una tortura eterna en el infierno.
Posibilidades para el que cree
O vida eterna, o nada.
Posibilidades para el que duda
O nada, o tortura eterna.
La persona irracional concluye entonces que es mejor creer que no creer, porque las perspectivas son mejores para el que cree.
Este argumento es tan infantil y tan viciado de errores lógicos, que preocupa que haya sido la mente de Blas Pascal quien lo generó, y nos debe alertar de que incluso las personas más brillantes pueden cometer errores ridículos. Para explicarlo haré un paralelo que titularé en honor a esos duendes avaros de la mitología irlandesa, que defienden a muerte su olla de oro.
La apuesta del Leprechaun
Ante la creencia en una olla llena de monedas de oro al final del arcoíris, hay cuatro opciones:
- Si creo en la olla y no existe, tras llegar al final del arcoíris no gano ni pierdo nada.
- Si creo en la olla y existe, tras llegar al final del arcoíris obtengo una olla llena de oro.
- Si dudo de la olla y no existe, no gano ni pierdo nada.
- Si dudo de la olla y existe, no busco el tesoro lo pierdo y quedo en la miseria.
Posibilidades para el que cree
O un tesoro en monedas de oro, o nada.
Posibilidades para el que duda
O nada, o desperdiciar un tesoro.
La persona irracional concluye entonces que es mejor creer en una olla al final del arco iris, porque las perspectivas son mejores para el que cree.
La inopia intelectual de la estructura del argumento de Pascal queda evidente con ese paralelo, pero ahí no acaban las falacias. Se presentarán algunas en seguida.
La apuesta de Pascal necesita del autoengaño
Póngase en el lugar de alguien al que le propongan la apuesta del Leprechaun. Ante la presentación de la “apuesta”, pareciera que es mejor creer. El problema es que NO PODEMOS HACERLO porque tenemos CONOCIMIENTO previo que nos muestra cuán absurdo es creer en ollas al final del arcoíris. Aunque quisiéramos creer en ello, nos resulta imposible, porque sabemos por qué se generan los arcoíris. Sabemos cómo surgen de un proceso de reflexión y refracción de la luz en gotas de lluvia en ciertas condiciones. Sabemos que no hay nada mágico en ellos. Podemos crear pequeños arcoíris a voluntad en laboratorios con sólo una bombilla y un aerosol pero nunca encontramos olletas pequeñitas llenas de oro. Más aún, los gigantescos arcoíris naturales se mueven con cada observador y aunque no podamos alcanzar eventualmente sus extremos, se puede perfectamente dirigir a una tercera persona a donde otra persona percibe el final del arco y no se encuentra ninguna olla de oro.
No hay forma de que una persona formada y pensante cambie su opinión y “decida libremente” creer en ollas al final del arco iris, porque no hay la más remota evidencia que respalde esa fábula y de hecho, la experiencia muestra que es falsa.
De forma similar, una persona sana mentalmente no puede “elegir” qué creer, sobre todo cuando se le plantea una creencia absurda. Tras siglos de ciencia moderna en todos los campos del conocimiento, las evidencias a favor de una divinidad como la planteada en los mitos judeocristianos son inexistentes.
Ninguna apuesta, no importa cuán apeteciblemente formulada, puede “aceptarse como creencia” ante un panorama tan sombrío para ese mito de la edad de bronce.
Creer en algo absurdo equivale a un autoengaño (independientemente de la hipotética recompensa). Una persona sana mentalmente no puede cambiar a voluntad de creencia sin tener ninguna base para hacerlo. Quienes se comportan así tienen un nombre: psicóticos.
La apuesta de Pascal ve al dios como un imbécil
Para establecer una reducción al absurdo, supongamos que el dios de los cristianos existe y que hay vida después de la muerte. Un dios verdaderamente inteligente, ante un seguidor de la apuesta de Pascal recién llegado al juicio eterno, se daría cuenta de la hipocresía del alma que tendría enfrente: sería alguien que sin tener la más remota evidencia de la divinidad, sin tener ningún motivo para hacerlo, justo como alguien que codiciosamente decide creer irracionalmente en ollas de oro al final del arcoíris, opta por “creer en él” para ganarse de forma mezquina un premio. Nada que envidiarle a un tahúr de casino. El dios inteligente se daría cuenta de la mezquindad y la hipocresía de este individuo que se mintió a sí mismo, que se obligó a sí mismo a “sostener” algo dudoso sólo para ganar el premio.
Un dios inteligente, ante la mezquindad de este individuo, probablemente lo mandaría al infierno por mentiroso y por considerar imbécil al creador del universo. En este caso, probablemente ganaría más alguien que humildemente le confesara a ese dios que simplemente no pudo creer porque le faltó evidencia, y por honestidad intelectual, para no mentirse a sí mismo, decidió no creer.
Un manejo ridículo de las estadísticas
La apuesta de Pascal es una versión un poco más complicada de la tontería del 50%, que en su forma más imbécil y general se podría presentar así: “X puede pasar o no pasar, por tanto, la probabilidad de que pase X es 50%”. La ridiculez de esta afirmación es patente con un contraejemplo: “Los pasajeros de un avión que se estrella a 900 km/h contra un rascacielos pueden sobrevivir o morir. Por tanto, la posibilidad de que sobrevivan es 50%”.
En el caso de la apuesta de Pascal, se presupone que las dos opciones son igualmente probables, cada una con un 50%. La realidad es otra: tanto los análisis históricos, como científicos, éticos, y morales de esos mitos de la edad de hierro, muestran cuán absurdos e improbables son. Los relatos de la resurrección son tan diferentes, tan contradictorios que no pasarían ni siquiera una corte Judía del siglo primero. Otro tanto ocurre con los relatos de las apariciones del resucitado. De forma similar, los relatos del Antiguo Testamento son claramente fabulescos: serpientes y burras parlantes, inundaciones globales, torres que llegan al cielo, ángeles que copulan con humanas, gigantes, soles que se detienen, mares que se abren… masacres, genocidios, sacrificios rituales exigidos por dioses supuestamente buenos que adoran que le quemen vacas en holocaustos ardientes.
En realidad, la probabilidad de que semejante dios ridículo de fábula existiera, sería infinitesimalmente pequeña.
¿Y los demás dioses?
Supongamos que existe realmente un creador del Universo. Supongamos que hay que creer en él. No podemos asumir de forma infantil que el Dios creador del Universo es precisamente aquél de la religión predominante de la zona geográfica donde nos tocó nacer. Perfectamente, el creador del Universo podría ser el “Alá” de los Musulmanes. Esta divinidad establece claramente que cualquiera que crea que Jesús de Nazaret es Dios o Hijo de Dios, es un idólatra y asociador, y como tal, está condenado al fuego eterno, inextinguible. También enseña que quien no siga el Corán está equivocado, porque las escrituras de los Judíos y los Cristianos están manipuladas y corrompidas. También enseña que hay que dominar y subyugar a Cristianos y Judíos hasta hacerlos convertir, o matarlos.
De forma parecida, el verdadero Dios podría ser Yahweh (Jehová) de los Judíos, que dice que es maldito todo aquél que muere colgado de un Madero, que enseña que sus leyes del Deuteronomio son eternas, y que cualquiera que ose cambiarlas será maldito por él.
Es obvio que el Yahweh Judío, el Cristiano y el Alá Musulmán no son el mismo Dios, así los apologistas traten de defender semejante imbecilidad.
Por tanto, la opción 2 de Pascal se enreda un poco: para creer en Dios, ¿en cual creo? Es claro que si me quedo en el Cristianismo o en el Judaísmo, me condenaría eternamente si el verdadero Dios fuera Alá. Así, quedarme en mi religión me implicaría sólo un tercio de probabilidad de salvarme.
¿Y qué tal si en realidad el Dios verdadero fuera Baal? Él se oponía a Yahweh. Las probabilidades de salvarme bajan a un 25%.
¿Pero y si tenemos en cuenta los dioses hindúes, los griegos, los egipcios, los del panteón nórdico, los dioses tribales del tercer mundo, y demás fábulas de la imaginación humana como candidatos potenciales?
En ese caso, la posibilidad de acertar en el Dios verdadero, incluso buscándolo consciente y responsablemente al estudiar a fondo todas y cada una de las religiones, haría prácticamente nula nuestra probabilidad de salvarnos.
Cada vez más, la apuesta de Pascal se ve como un argumento infantil, simplón y superficial.
Dioses malvados
Entre los infinitos dioses imaginados por los seres humanos a lo largo de la historia, destacan algunos realmente malvados, que exigen sacrificios a cambio de favores, porque no dan nada si el hombre no sufre algo a cambio. Dioses aztecas como Huitzilopochtli, hindúes como Shakhti, exigían mezquinamente sangre humana.
De acuerdo con ello no se puede descartar que alguna divinidad existente pudiera ser mala y que le importara un rábano lo que hiciéramos los humanos ante su existencia.
Y qué tal si Dios…
Si hubiera una divinidad inteligente, creadora matemáticamente de un cosmos ordenado, proclive a las simetrías, los números, las proporciones, las geometrías, lo más de esperarse sería que ese Dios sería lógico y que espera que sus “hijos” se comportaran lógicamente. ¿Qué tal si este Dios ausente, que no ha sido demostrado en milenios de búsqueda científica, estuviera escondiéndose para rechazar a los que se inventaran cuentos de hadas absurdos, y le diera vida eterna a quienes, apegándose a la más estricta lógica e indagación científica, rehusaran creer por ausencia de evidencia?
Ante las miles de religiones mutuamente excluyentes e igualmente ridículas es posible que ninguna tenga la razón, y que lo que mejor pudiera hablar de ese “amigo imaginario” fuera el universo que le atribuimos en nuestra imaginación. En este caso, rechazar la apuesta de Pascal, por su irracionalidad, sería el camino expedito al reino del creador del universo.
Desprecio de la experiencia vital de las personas
La apuesta de Pascal tiene un problema aún más grave. Asume que el creer no implica ninguna pérdida. Esta es tal vez la peor falacia de todas.
Creer involucra incontables males:
- Perder tiempo hablando con amigos imaginarios en vez de dedicarlos a la lectura y la autoformación.
- Satanizar comportamientos placenteros de comunicación con nuestros semejantes, como la sexualidad responsable (“hay que guardar el gustico hasta después de casarse”, diría cierto pretendiente a dictador suramericano).
- Perder dinero en cierto parasitismo social.
- Defensa de la irracionalidad y la falta de crítica, con lo que eso conlleva para una ciudadanía democrática.
- Cercenamiento del clítoris en niñas indefensas.
- Terroristas suicidas.
- Guerras religiosas.
- Discriminación por religión e incluso por preferencia sexual.
- Bloqueo de líneas de investigación científica prometedoras contra males terribles como el Alzheimer o el Parkinson, por creer en células “con alma”.
- Pronunciamientos genocidas de rechazo al condón en continentes plagados de Sida, como África.
Y un infinito etcétera… La lista podría crecer ilimitadamente. La creencia irracional en amigos imaginarios puede causar muchos males y hacernos perder muchas fuentes de bienestar y de desarrollo de su personalidad que sólo se pueden dar mientras dura nuestro momento de consciencia en el Cosmos.
En ese sentido, la creencia en divinidades hace tanto mal en la vida, que es preferible abandonar los mitos nefastos, para permitir avanzar a la humanidad en los derechos humanos y en el desarrollo científico para todos.
Fuente: http://www.sindioses.org/examenreligiones/apuesta.html?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter
2 comentarios:
MMM NO SE SI LO TOMARIA TAN APRISA.
¿Tan a prisa qué, Mendiga?
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